No soy para nada fetichista.
Aunque tengo predilección por algunos objetos. Me encantan mucho los zapatos, no es que sea una loca que coleccione sin ton ni son, porque no me da el mierdasueldo más que nada, pero siempre, siempre, compro zapatos de piel "buenos": los que tienen tacón los guardo en su caja bien empaquetaditos y, ¡ele!, al armario a la zona de nunca poner (y menos ahora que necesito calzado cómodo para patearme Madrid) y los de sin tacón, los planos, planísimos, a machacarlos hasta que ya no haya por dónde pillarlos o la fascitis plantar los destierre de mi vida.
Lo mismo más o menos me sucede con los bolsos. Grandes y de piel, no admito variantes. Excepto un bolso chiquitín que acabo de rescatar y era de mi madre, calculo que comprado en el año 1996 (repite conmigo, vintage, vintaaaaage), que siempre me había parecido viejuno y ahora me encanta con sus hebillas doradas. Definitivamente, me estoy haciendo mayor.
Y los relojes de hombre. Me quedo embobada mirando los escaparates de las joyerías y me pirran los de esfera grande, plana, blanca, con correa de piel. Vamos, el reloj de caballero de toda la vida de Dios, el de abuelo.
También me flipan las gafas. Las de sol, las de ver y las pixeladas.
Vamos ya, a quién pretendo engañar, que soy una fetichista de manual.
Y dentro de mi fetiche, hay dos prendas que me trastornan. Las capas y los sombreros, todo muy barroco.
Capa no tengo ni he tenido. Creo que no cuenta como capa el poncho de rayas que olía a llama de mi adolescencia. Otro día os hablaré de él en más detalle. Ahora bien, el sombrero, ¡ay, mi sombrero! Pero cómo me gusta que hayan vuelto a ponerse de moda y se vean por la calle de todas las formas y tamaños.
Ya iba yo fijándome en el hipsterio de la granciudad, que las chicas monas llevan su sombrerito, y se me antojaba uno. Y apareció el parejo por mi 31 cumpleaños y entre los pre-regalos que se marcó, me cayó un vale de regalo por un sombrero de la tienda más molona, Cabeza de Calabaza.
Cabeza de Calabaza está en la Calle Palma, en pleno barrio de Malasaña. La dueña del negocio se llama Irene, y es mas maja que las pesetas, siempre se está riendo. Y a lo que se dedica Irene es a hacer sombreros y tocados a medida de sus clientes. No os vayáis a pensar que son sombreros normaluchos, grises y anodinos, qué va, son de los que te para la vecina cuando te ve para decirte qué guapa vas (basado en hechos reales). La personalización es absoluta: puedes escoger el tipo de sombrero, la tela, el color, la decoración...e Irene se encarga de tomarte las medidas y de confeccionar el sombrero a mano.
Siempre había pensado que mi primer sombrero sería uno estilo años 20, supongo que influenciada por la imagen de Angelina Jolie en El Intercambio. Sin embargo, me decanté por un modelo bien diferente, un sombrero floppy mucho más sesentero, así de ala ancha y ondulado.
El mío es en color topo y con una trenza como adorno, y me tiene enamorada perdida. A mí y a todo el que me ve con él, no os imagináis cuántas personas me han preguntado qué dónde lo que comprado, porque es precioso.
Así que, mi recomendación: un día de estos de malasañear, aprovechad para visitar el taller de Irene y probaros alguno de los sombreros que tiene.
Si os resistís y salís de la tienda con las manos vacías, me lo contáis. Que no me lo creo.
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