Ni en el mejor de los guiones alternativos me había imaginado yo que mi vida a los treinta iba a transcurrir en un barrio céntrico en la granciudad, ese espacio compuesto por apenas la decena de calles que transito habitualmente, amurallado como si de fosos se tratasen por las arterias que delimitan sus dominios: a un lado, casa; al otro lado, territorio comanche. Alcalá, Paseo del Prado, Atocha, Jacinto Benavente y Carretas. Vuelta a empezar.
Bullicio y desorden de coches y viandantes que esconden en su interior calles estrechas e inusitadamente vacías en su mayoría, con la honrosa excepción de Huertas, esa sí, que aparece en todas las guías. Por lo demás, auténtica rutina de pueblo en plena urbe salpicada de momentos surrealistas de los que me hacen sonreír por dentro: el peluquero que finge como que recuerda mi nombre y me peina a ritmo de grandes divas del soul; el portero que siempre, siempre, está en la cafetería Cervantes en la terraza tomando algo, nunca me fijo el qué, haga frío o calor o caigan chuzos de punta; el hermano perezoso del churrero, todas las mañanas sin faltar ni una apostado en el lado de los pares fumando tranquilo un cigarrito mientras su hermano suda la gota gorda; el óptico que me sonríe y me pregunta cómo estoy de verdad, esperando respuesta, y que yo sé que me lee en la sombra; la señora de la cristalería Venegas, que me agarra el brazo mientras me habla como si fuera una vieja conocida y me aconseja qué marco ponerle al cuadro del ganso que me regaló el parejo, y yo que no le hago ni caso y voy por libre, y después me cuentan el cachondeo que han tenido en el taller porque "no te vamos a engañar, es que vaya marco más raro has elegido, demasiada enjundia para un ganso a fin de cuentas, aunque al final tenemos que admitir que ha quedado precioso"; el camarero de El Alambique que nada más vernos entrar recita de carrerilla eso de dos somontanos, berenjenas con salmorejo y pollo al curry, a ver si queda sitio al fondo de la barra que sé que os gusta.
Quién me iba a decir que encontraría el sosiego en el barrio, Cortes, de las Letras, de las Musas, La Boheme, la boheme... paisaje urbano que me era tan ajeno y hostil, tan lejos de la calma chicha de las urbanizaciones cerradas con columpios para niños y dos plazas de garaje por vivienda.
A veces siento nostalgia de lo que pudo ser y no fue y echo de menos el aroma de las adelfas y sobre todo, la cuna arrimada. Se me pasa pronto. Y es que las malas épocas en la granciudad, lo son menos.
Gracias, Madrid, barrio, mi barrio, por todo lo que me has dado. No tengo vidas para devolvértelo.