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lunes, 6 de marzo de 2017

La Boheme

Yo era carne de adosado, jardín con adelfas y tardes de verano impregnadas en olor a crema solar en la piscina, monovolumen con espacio para tres sillitas, sábados de 3x2 en Carrefour. Boda de blanco impoluto y cabeza coronada de azahar, luna de miel en isla paradisíaca, cuna arrimada a la cama de matrimonio, domingos de sobremesa en casa de la suegra. 

Ni en el mejor de los guiones alternativos me había imaginado yo que mi vida a los treinta iba a transcurrir en un barrio céntrico en la granciudad, ese espacio compuesto por apenas la decena de calles que transito habitualmente, amurallado como si de fosos se tratasen por las arterias que delimitan sus dominios: a un lado, casa; al otro lado, territorio comanche. Alcalá, Paseo del Prado, Atocha, Jacinto Benavente y Carretas. Vuelta a empezar. 




Bullicio y desorden de coches y viandantes que esconden en su interior calles estrechas e inusitadamente vacías en su mayoría, con la honrosa excepción de Huertas, esa sí, que aparece en todas las guías. Por lo demás, auténtica rutina de pueblo en plena urbe salpicada de momentos surrealistas de los que me hacen sonreír por dentro: el peluquero que finge como que recuerda mi nombre y me peina a ritmo de grandes divas del soul; el portero que siempre, siempre, está en la cafetería Cervantes en la terraza tomando algo, nunca me fijo el qué, haga frío o calor o caigan chuzos de punta; el hermano perezoso del churrero, todas las mañanas sin faltar ni una apostado en el lado de los pares fumando tranquilo un cigarrito mientras su hermano suda la gota gorda; el óptico que me sonríe y me pregunta cómo estoy de verdad, esperando respuesta, y que yo sé que me lee en la sombra; la señora de la cristalería Venegas, que me agarra el brazo mientras me habla como si fuera una vieja conocida y me aconseja qué marco ponerle al cuadro del ganso que me regaló el parejo, y yo que no le hago ni caso y voy por libre, y después me cuentan el cachondeo que han tenido en el taller porque "no te vamos a engañar, es que vaya marco más raro has elegido, demasiada enjundia para un ganso a fin de cuentas, aunque al final tenemos que admitir que ha quedado precioso"; el camarero de El Alambique que nada más vernos entrar recita de carrerilla eso de dos somontanos, berenjenas con salmorejo y pollo al curry, a ver si queda sitio al fondo de la barra que sé que os gusta.



Quién me iba a decir que encontraría el sosiego en el barrio, Cortes, de las Letras, de las Musas, La Boheme, la boheme... paisaje urbano que me era tan ajeno y hostil, tan lejos de la calma chicha de las urbanizaciones cerradas con columpios para niños y dos plazas de garaje por vivienda. 





A veces siento nostalgia de lo que pudo ser y no fue y echo de menos el aroma de las adelfas y sobre todo, la cuna arrimada. Se me pasa pronto. Y es que las malas épocas en la granciudad, lo son menos.

Gracias, Madrid, barrio, mi barrio, por todo lo que me has dado. No tengo vidas para devolvértelo. 

domingo, 3 de abril de 2016

El misterioso caso del gato maullando sobre el toldo en la calle Magdalena

El pasado jueves fue un día muy, muy especial. 

Cogí el metro. 

A lo loco. 

Ya os he contado que acostumbro a ir andando a todas partes. Es lo que tiene el centro de la granciudad, que apetece pasear e ir contemplando las ventanas con luz. 

Pero después de una durísima jornada de curro y de haber quedado con Lagalu81 en el Café Manuela en Malasaña (sitio que os recomiendo encarecidamente si no lo conocéis) para darle su patito y tomarnos un batido de fresas y un zumo natural de kiwi y manzana, no me sentía con ánimos de caminar media hora hasta casa.

Así que cogí el metro.

Y me adelanté de parada. 

Sí, no me pasé de parada, me adelanté. 

Soy lerder.

El caso es que oí el "tiruri, tiruri, próxima parada...", me hice mi esquema mental, y me bajé. No me di cuenta de que me había confundido hasta que no estaba en la calle. Y tardé un rato.

Menuda cara de gili que se me quedó. 



"Joder, joder... pa unas prisas"- pensé, con las ganas que tenía de meterme en la cama y dormir hasta el infinito y más allá- "Pues nada, enfilo la calle Magdalena y en un periquete estoy en casita".

Lavapiés suele tener jaleo: timbales, grupos de gente que habla alto en las terrazas... pero no recordaba yo escuchar gatos maullando como asustados. O como cuando están dos gatos enzarzados en una pelea, que tienen así como un maullido gutural. ¿Sabéis como os digo?

Pues además de los timbales y los grupos de gente hablando alto gritando en las terrazas, se escuchaba un gato maullando rítmicamente. Solo uno, con el dichoso maullido gutural. 

"Nada, que se habrán encontrado dos gatos callejeros y estarán peleados por alguna gata, que para eso es primavera"- pensé, como si esto fuera el chiquipueblo. 

En el chiquipueblo hay muchos gatos que se baten en duelo por las gatas. En en centro de Madrid, la verdad es que aún no he visto gatos callejeros peleándose. 

No sé, a veces tengo una lógica aplastante. 

El caso es que el gato de marras no paraba ni un segundo. Miaaaaaauuuuu, miaaaaauuu, cada vez más cerca. Cada vez más. Y yo mirando en todas direcciones, ni rastro del animal. 

Hasta que por fin, ¡chachán! ¡Acera cortada, intransitable, atestada por la multitud! ¡Patrulla vecinal al rescate!



Un montón de gente llamando "misimisi" a un precioso minino negro de pelo largo y ojos verdes que había tenido la genial idea de salir por la ventana de su hogar y pasar de balcón en balcón, hasta acabar en el toldo del comercio La Huerta de Almería, y ahí ya sí que ¡terror!, ni para arriba ni para abajo, no encontraba el pobre el camino de vuelta, y permanecía quieto cual esfinge, mirando con cara de flipado a la multitud agolpada a sus pies y maúlla que te maúlla. 



Los dueños del local estaban intentando rescatar al gato, pero no llegaban subidos al cubo de basura. La dueña del felino, nerviosita perdida, intentando subir a su piso a buscar una escalera y diciendo en voz alta: "¿Pero cómo ha llegado éste hasta ahí? Qué ideas...". Los viandantes opinando sobre la situación:

- "Uy, mucha precaución, que este gato como te acerques, te suelta un zarpazo y a ver"- la agorera hipocondríaca que no se debía haber fijado bien en la cara de acojone del bicho.

- "Tendremos que llamar a los bomberos"- la que siempre que hay ocasión quiere llamar a los bomberos, nos ha jodío, están muy güenos, señora.

- "¿Y si cerramos el toldo y así tenemos más margen para cogerlo?"- claro, y si el gato se precipita, pues nada, que para eso tiene siete vidas.

Menos mal que los dueños del local sacaron una escalera, momento en el cual abandoné la escena del suceso, deseando que tuviera un final feliz.

Porque los gatos de Madrid maúllan para ser rescatados de los tejados toldos. Y los vecinos se amotinan en las calles para ayudar (y cotillear).

Y la Hipster Lajis se vuelve a casa sonriendo por dentro y contenta de haberse confundido de parada de metro.


lunes, 15 de febrero de 2016

El secretito de la calle Cedaceros

Lo que hoy vengo a contaros no será ninguna novedad para los lectores de Madrid de toda la vida y tampoco para los que hayáis escuchado mi participación junto con otros blogueros madrileños en el último programa de Podcastizo, donde adelanté la primicia. 

(¿Qué me estáis insinuando? ¿Que aún no habéis oído la dulce voz de La Hipster? ¿Os habéis perdido ese momentazo en el que cojo el micro y no lo suelto, que está claro que yo fui a la radio a hablar de mi libro? Estáis a tiempo, chatungos, pinchad en el siguiente enlace y pasad un rato divertido conmigo misma, y también con De Madrid a la Nube, CAvilesPhoto, Ana Villamuelas y Madrid es Cool, entrevistados por Podcastizo: La Hipster habla en la radio aquí).

Desde que abandoné el chiquipueblo, bendita la hora, voy a todos los sitios andando. 

En el chiquipueblo para ir a cualquier lado interesante había que coger el coche. En la granciudad solo necesito calzado cómodo y abandonar la pereza en una de las cajas de mudanza que hay esparcidas por mi casa.

Y en mis paseos por Madrid tengo una máxima: ir pendiente de los detalles y los edificios, imaginarme historias peregrinas y cotillear si veo una ventana con luz. 

Una de las calles por las que paso a menudo cuando pretendo enfilar la Gran Vía es la calle Cedaceros. A lo mejor a vosotros también os pasa, yo suelo tener preferencia por una acera, en Cedaceros es la de los pares, así que aprovecho para mirar absorta la de los impares. 

Iba con el parejo un día y, de repente, caigo en este edificio:



- Shh, shh, parejo, ¿has visto ese edificio? Ostras, qué raruno, qué portón de madera, qué ventanas... ¿Quién vivirá ahí? Parece que no tiene telefonillo... Espera, que hay una placa en la puerta, ¿cruzamos?

Y cruzamos a cotillear la placa, dorada, con letra a lo elegante, reza algo así como: "Sociedad de Amigos del Teatro de Variedades".

- ¡Venga ya, parejo! -yo ya estaba riéndome a carcajada limpia- ¿Teatro de variedades? Gensanta, si eso ya no se estila. Me vas a decir tú a mí que la Sociedad de Amigos del Teatro de Lina Morgan- no sé por qué yo oigo la palabra "variedades" y se me viene a la mente el programa "Noche de Fiesta" de La 1- tiene pasta para un edificio de este calibre en el centro de Madrid. Venga ya, venga ya... ¡es una tapadera, está clarinete! Esto es un club de swingers, amore, si no lo sabré yo, un club de parejas liberales y ese rollo. Que me los conozco guay y tiene toda la pinta...

- O peor, un lugar de rituales satánicos y orgías a lo "Eyes Wide Shut" - el parejo es que además de estar to güeno es muy listo. 

Ahí quedó la cosa. 

Después de un par de meses, volvimos a pasar por Cedaceros con dos amigos muy amantes también de la truculencia. Y había una luz roja, ¡roja!, en el interior de una de las estancias. 

- ¿Pero de verdad vosotros os creéis lo que pone en la placa? Hombreya, que no, que ahí dentro ahora mismo se está celebrando una bacanal. 

Mi amigo, que es un cachondo:

- Tía, ¿cruzamos, llamamos al telefonillo y decimos la contraseña para que nos dejen entrar a ver qué se cuece? Seguro que la contraseña es "antimonio".

Jajajaja, antimonio. 

Ahí quedo la cosa. 

Hasta que un día, en un descanso del curro, cuento la historia de la Sociedad de Amigos del Teatro de Variedades a unos compañeros. Y una compi muy madrileña de forever:

- Hipster, ay, que creo que sé de qué edificio me hablas. Que en esa calle hubo un cine muy chulo, el Bogart.

Y en un momento, los móviles ardiendo y todos googleando (¿cómo no se me ocurrió antes?) y, efectivamente, donde antaño estuvo el cine Bogart, hoy está el Club Bogart, juzguen por ustedes mismos:



En su cuenta de instagram, se definen como un "santuario para caballeros ociosos". No digo más. 

Teatro de variedades lo llaman ahora. Qué modernez. 

Si es que tengo un ojo...


P.D. Por cierto, gracias a la ventana en el tiempo De Madrid a la Nube, he descubierto que en algún momento fue el Cine Panorama. Pinchad aquí para descubrir la foto.