jueves, 23 de abril de 2015

Un sábado en el mercado de Antón Martín

El sábado pasado tuve que pasarme por las obras de El Escorial de mi piso a supervisar la colocación de los azulejos. Señores, esto es así, cuando llega la hora de poner azulejos, los albañiles, que son seres de sabiduría ancestral, prefieren que la hipster de turno se pase a comprobar que las cosas se hacen a su gusto, que luego deshacer y volver a hacer sienta de culo. Las obras sacan todos los estereotipos de género.

Total, que después de comprobar que la alineación y el reparto de colores de los revestimientos estaban claros, había quedado con una amiga treintañera como yo para ir a desayunar a El Azul de Fúcar y dar un paseín por Lavapiés.

Yo tenía muchas ganas de conocer el mercado de Anton Martín, porque a mí los mercados de toda la vida me encantan, no hay nada como que te atienda el pollero: "¿qué te pongo, chata?" Mmm, cuánto lo he echado de menos en el chiquipueblo, que aquí lo más que hay es una pollería/carnicería/charcutería todo revuelto y unos precios que no me extraña que la gente huya a Mercadona.





¡No os hacéis una idea de la alegría que me llevé! El mercado de Antón Martín es un mercado chulísimo, con los puestos de toda la vida, el género expuesto y sin empaquetar, la gente, muy variada en pintas y generación, haciendo cola con los carritos de la compra... y muchos detalles molones: las floristerías de la primera planta (con su paniculata y runúnculos), el rincón de comida eco y herbolario, algunos puestos de arte y decoración, y los cafecillos y bares. Me llamó  la atención un japonés que tenía bastante afluencia. Y luego el espacio que tenían para que la peña pudiera conectarse a internet y trabajar un ratito en medio del bullicio y del jaleo. 

Alguien (poco informado, por lo que se ve) me había metido el miedo en el cuerpo y me había advertido de que era carísimo, que no era un sitio para hacer la compra de frescos semanal ni mucho menos. Hombre, no sé yo, nosotras dimos una vuelta bastante rápida y no tuve tiempo de detenerme con atención, y además aquí en el chiquipueblo los precios son de morirse del susto, pero me parecieron razonables. 

Vamos, que a mí el mercado de Antón Martín me parece un planazo para el viernes por la tarde o el sábado por la mañana: te coges el carrito de la compra, te plantas en Lavapiés que ya de por sí es un barrio que tiene un puntazo, inspeccionas los puestos con cariño, seleccionas los que te gustan, haces la compra semanal que es productivo y eso, y para terminar, te pegas un homenaje y te tomas una cañeja o el vermú allí mismo. 

Y vuelves a casa más feliz que un regaliz y dejas la nevera llena, que eso da un gustazo... Igualito que el Mercadona, oye.



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