miércoles, 27 de mayo de 2015

Psicosíntomas y toda la parafernalia

Yo soy una tía etérea, siempre a medio camino de lo espiritual y las reflexiones profundas, lo terrenal no es para mí. Bueno, más bien no era para mí, hasta que me embarqué en la aventura de buscar preñamiento, que me ha vuelto imbécil perdida y me ha hecho estar pendiente de mi cuerpo esperando las señales de tan ansiado evento. Vamos a ver, que en líneas generales ni siento ni padezco, que nada me duele y nada me molesta, pero desde que mi existencia se mide en periodos de 28 días (+/- 2), he sufrido en silencio todos los síntomas de embarazo posibles:


  • sensibilidad a los olores (¿o es que el pestazo a colonia viejuna que deja la señora de turno en el metro no se puede considerar "sensibilidad"?)
  • malestar estomacal (¿o serían naúseas fruto del empacho en las comilonas que a veces no tengo más remedio que pegarme con clientes?)
  • dolores en el bajo vientre, cerca de la ingle (¿seguro que puedo localizarlo con tanta precisión?)
  • dolores de ovarios
  • dolores de pechos, que se me ponen como cocos (yo siempre digo que se me ponen como melones, pero el cabrón del parejo me corrige)

Todos los síntomas, menos el que de verdad importa, un jodido retraso en la regla y un test con dos rayitas.



Que digo yo:

1. ¿Soy la única trastornada a la que esto le ocurre?
2. ¿Cuán japuta es la naturaleza que muchos síntomas lo son de lo uno y lo contrario, es decir, de embarazo y de regla? 

A mí que me lo expliquen...

martes, 19 de mayo de 2015

La falacia del preñamiento

Cuando estoy de bajonazo, me da por recordar mi actitud los primeros meses en los que el parejo y yo buscábamos la llegada de hipstercitos, y me troncho, señores.

Resulta que por lo que sé, en mi familia eso de buscar preñamiento no se estila. Me explico: una de mis abuelas se tiró dos décadas pariendo churumbeles a intervalo regular entre uno y otro, cosas de la postguerra, que fue muy puñetera. La otra, se casó de penalti con 19 años; imagino que en aquellos tiempos, mediados de los 50, fresca fue lo más bonito que tuvo que escuchar. 

Para continuar con la tradición, mi madre también se caso de penalti, embarazada de mí, aunque tarde para lo que se llevaba en los 80. Mi hermano pequeño tampoco fue planeado, sino fruto de la marcha atrás (se ve que no aprendieron).

Vamos, que yo me crié con la idea de que el preñamiento era lo más sencillo del mundo: al mínimo despiste, ¡zasca!, chiquillería al canto. Me he tirado más de una década haciendo un uso extra-responsable de los medios anticonceptivos: píldora en algunas épocas, condón en la mayoría (las hormonas me sienta fatal), y con un cuidado extremo a que al parejo se le ocurriera meter la puntita sin capuchón, menudo acojone. Si hasta una vez, en la veintena temprana, llegué a tomarme la píldora del día después porque se quedó el preservativo dentro aunque el parejo ni había eyaculado ni nada. Pero antes de llover, chispea, y mira lo que le pasó a mi madre no una, sino dos veces. ¡Ja!



Normal, es que embarazarte cuando no quieres, tiene que ser muy chungo. Lo que jamás se me había pasado a mí por la cabeza es lo chunguísimo que es no conseguirlo cuando quieres. 

Con este historial familiar, con toda mi ingenuidad, pensaba yo que esto del preñamiento sería coser y cantar. Aunque quería ser mamá, y vivía con el parejo, me permití el lujo de irlo retrasando para solucionar ciertos temas internos de calado, para convertirme en la persona que quería ser antes de dar vida a otro ser (¡toma jeroma, modo sobrada total!). ¿Quién me iba a decir que cuando me pusiera verdaderamente al tema iba a ver pasar los meses por delante de mis narices, así: uno, dos, tres, cuatro..., y nada de nada? Joder, que me podría haber dado tiempo de arreglar lo que tenía que arreglar sin problema ninguno y sin fundirme parte del mierdasueldo en condones. 

Me siento estafada por el lobby de los anticonceptivos y por las generaciones precedentes de mi familia. Que sí, que yo soy muy leída y estaba advertida de que a veces el preñamiento tarda en llegar, pero no entraba en mis cálculos, nunca creí que los que fuéramos a estar en esta situación seríamos el parejo y yo. 

Claro, con esta premisa, en el momento en que decidimos dejar de contribuir al sueldo de los empleados de Durex, yo me hacía mis cábalas de que entre los tres y los seis meses de folleteo en los días medios del ciclo (que para colmo soy la ostia de regular), tendríamos la gran noticia. Incluso internamente me hacía ilusiones de que podría ser antes, ¿por qué no íbamos a acertar a la primera, como nuestros amiguísimos los perfectos?

La ilusión era máxima los primeros meses. Estábamos planeando las vacaciones de verano, y hasta me mosqueaba con el parejo porque no tenía en cuenta que para esas fechas podía estar yo incubando una criatura y no tener el cuerpo para viajes multiaventura. Me sorprendía calculando las fechas que más convenían a mi baja maternal y los posibles periodos de excedencia: "qué guay, si me preño este mes, pariría en marzo, 4 meses de baja y el mes de agosto el parejo de vacas que nos vendrá genial para apañarnos con el hipstercito". Visualizaba el instante en que informaría al parejo del test positivo, recreándome en los detalles: "de puta madre, este mes la regla me tocaría cerca de su cumple, menudo regalazo le va a caer".

Lo que digo, señores, ingenuidad extrema. 

Así las cosas, cuanto mayor la ilusión, mayor el ostión al aparecer la regla, puntual la japuta como de costumbre. Se me quedaba una cara de panoli que no veas. 


Y poco a poco, un mes, otro, otro, te vas amargando por dentro, que no hay hipster que aguante la montaña rusa en la que se ha convertido tu vida. Es el maldito Dragon Khan y sin darte cuenta, te has sacado el pase anual. Entonces, optas por ilusionarte menos, por dejar de hablar de un futuro que ni hace intento de asomar, por mantener el tipo cada vez que te sacan el tema o en tu círculo otra pareja (¿otraaaaaaaaaaaa más? joder, todos a la vez, noooooooooo) anuncia su preñamiento. Ni Rexona ni leches, a ti lo que no te abandona ni de coña es la cara de circunstancias. Empiezas a barajar que a lo mejor el rollo de la maternidad hipster no está hecho para ti, te preguntas si merece la pena percutir en el tema o dejarlo pasar, te sientes gilipollas integral por dedicarle un espacio en tu día a día a un asunto que ya dudas que se vaya a materializar.

La verdad es que debe molar mazo ser fértil que te cagas y saber que donde pones el ojo, pones la bala, que a ti no hay preñamiento que se te resista. Si volviera a nacer, me pediría ese superpoder.






lunes, 11 de mayo de 2015

Mis gafas de famosa

Para los regalos soy la leche, muy especialita, y ya si se trata de que me regale el parejo, agarrarse los machos toca. Mira que lo pongo fácil, que tengo una wishlist compartida, en la que hay un poco de todo lo que me mola del hipsterio, desde jabones handmade hasta libros de los de pensar. Pues nada, no hay forma, el parejo se empeña en que un regalo es un regalo y, por tanto, no tengo derecho a decidirlo. El derecho es suyo a elegir lo que le salga de los mismísimos y cagarla hasta el fondo.

En estas estamos, cuando a finales de 2014 el calendario señala que cumplo 30 castañas. El parejo se lo estaba temiendo desde forever mínimo. Y a pesar de eso, le puede su hombría, así que a pecho descubierto, opta por pasarse la wishlist por el arco del triunfo y comprarme lo que le venga en gana. Eso es valentía, señores, no lo repitan en sus casas.

Y el día de mi 30 cumpleaños, después de un desayuno en el que parte del menú han sido las uñas y los pellejos que me muerdo pensando en qué idea peregrina habrá tenido el colega para regalarme, aparece con cara de icono de Whatsapp de angelillo inocente y una bolsa de la óptica L'Atelier en las manos. Está claro que este año no me han tocado los jabones handmade.


Me abalanzo sobre el paquete y descubro un estuche molón de color blanco. Lo abro sin paciencia y saco las gafas de sol más bonitas que he visto en mi vida: el modelo Manhattan de Oliver Goldsmith, en color rojo oscuro y cristales grises, ¡exactamente el mismo modelo que lució Audrey en la épica Desayuno con Diamantes! Mientras una parte de mi cerebro calcula con rapidez el posible precio de semejante objeto de deseo (es un efecto secundario de ser hipster de extrarradio, que te puede la parte tacañona), la otra da saltitos de alegría inconmensurable. ¡Joder, esto sí que es un regalazo, no puedo ser más afortunada!



Entre abrazo y abrazo, besos, gritos, el parejo intenta explicarme que hay que volver a la óptica a graduarlas (además de extrarradio, soy miope, eso para el hipsterio está fetén, porque mis gafaspasta no son de palo, señores) y que "ya está to' pagao', chati". 

Me falta tiempo para salir escopetada a L'Atelier, la óptica más chula en la que me han visto el pelo. Están en la calle Moratín, en el barrio cultureta por excelencia de Madrid, el Barrio de las Letras (metro Antón Martín). Tienen un local precioso, donde atienden dos chavales a cual más majo y profesional, que lo mismo te gradúan la vista, que te dan palique,que te aconsejan sobre el diseño de montura que mejor le sienta a tu careto. Y no te aconsejan cualquier cosa, no te creas, porque en L'Atelier no tienen RayBan ni marcas mainstream: si lo que buscas son unas gafas de calidad, y de diseño del bueno, has dado en el clavo. 

Yo, desde luego, estoy encantada con mis gafas de famosa. Me quedan genial y llaman muchísimo la atención, la gente me suele preguntar por ellas y orgullosa les cuento su historia. Espero que me duren años y años, y parejo, tú que me lees, has puesto el listón altísimo para los 31, en diciembre nos vemos, chatungo.

martes, 5 de mayo de 2015

Los 30 son una jodienda

Los 30 son una jodienda, y al que me diga lo contrario me lo cargo. Sin miramientos, que ya he escuchado infinitas veces eso de: "uys, pero si ahora empieza lo mejor de la vida, chatunga". Pues será de la tuya, maja, que la mía está patas arriba.

Las cifras redondas es lo que tienen: mi mente matemática se pone a divagar solita, y a la que me descuido, ya ha hecho un análisis exhaustivo de los sueños de juventud, su nivel de cumplimiento, los ahorros de mi cuenta bancaria y el número de churumbeles que corretean por el hogar. Tampoco es que tarde mucho la muy cabrita en darme los resultados, porque los tres últimos parámetros tienden a cero. 





Yo es que en la juventud era muy soñadora, y quería vivir en varios países extranjeros y ganar mucha pasta dominando el mundo, mientras disfrutaba de las actividades culturetas de todas esas grandes ciudades en las que iba a fijar mi residencia, me casaba en una boda modernita con mucho gusto y alcanzaba la treintena rodeada de hermosos vástagos de pelos rubios rizados al viento. Todo muy realista y alcanzable por una muchacha del extrarradio. 

Al final, es cierto que haciendo balance a los 30 las cosas no me han salido tan mal: tengo un curro que me mola razonablemente, en el que me pagan más que un mierdasueldo, estoy estudiando lo que me apasiona, en breve me mudaré a la que espero que sea la primera gran ciudad de mi vida (que no la última) y de los vástagos no hay ni rastro tras un tiempo de búsqueda que ya se me empieza a hacer cuesta arriba y me acojona por momentos. 

Porque estar a los 30 sin hijos no entraba en mi ecuación. Pasar esa barrera me ha trastocado. Parece que a los 30 las parejas se empiezan a dividir en dos bandos, los que sí y los que no. Y el no del parejo y mío es doloroso a veces: somos de los pocos que quieren y todavía no del grupo de amigos, aun siendo los primeros en haber iniciado una vida juntos. 

Siento que se me pasa el tren, que no podré construir la familia que quiero. Al principio rabiaba y me enajenaba, ahora ya ni me inmuto cuando otro ciclo descubro que no estoy preñada. Me parece lo normal. ¿Esto es bueno o síntoma de desvarío?

Así que sí, como algún incauto vuelva a hablarme de las bondades de los 30, no respondo de mis actos, señores.