miércoles, 21 de marzo de 2018

¡Es una niña!: cómo supimos el sexo de pollito

(La primera parte de este relato puedes encontrarla aquí)




Lunes, 8 de enero por la mañana

El taxista no se atrevió a abrir la boca en todo el trayecto hacia el hospital. Juraría que lucía el sol y el tráfico era ligero, aunque no estoy del todo segura. Solo teníamos ojos el uno para el otro:

- No llores, por favor, no llores -le decía a parejo mientras sorbía mis lágrimas- Todo va a salir bien, peque, todo va a salir bien. 

El datáfono iba más lento de lo normal. 

- A veces le cuesta coger cobertura- se disculpó el taxista- No esperéis, iros, supongo que se cobrará cuando coja señal.

La sala de espera estaba a rebosar. Mi gine nos coló en cuanto supo que habíamos llegado. 

- Lo siento, chicos- tenía los resultados de los análisis sobre la mesa- Lo que te he comentado por teléfono: tienes las proteínas en orina cuarenta veces por encima de lo normal. Los valores del hígado también están alterados, las plaquetas bajando, la coagulación fuera de rango. No podemos arriesgarnos a seguir el embarazo en estas condiciones. 

- Pero, pero... - no salía de mi asombro, hacía solo 3 semanas de la última revisión completa y estaba todo perfecto- ¿No podemos esperar una o dos semanas? No contábamos con esto, no, no quiero parar el embarazo tan pronto...

- Es un riesgo enorme, para ti y para el bebé. Estáis mejor si está fuera. Tu bebé necesita una madre que pueda hacerse cargo de él y no una madre con secuelas de una preeclampsia. Su desarrollo ya está afectado además, viene bajo de peso para su edad gestacional. Estamos en la semana 32, no cabe esperar grandes complicaciones: cuatro, cinco semanas de UCI de neonatos. Hay que poner la inyección para madurarle los pulmones, por si acaso. Hoy una dosis, mañana otra, y el miércoles inducimos. Suponiendo que la doppler esté bien -anotó rápido unos números en una tarjeta y me extendió una receta- Este es mi número de teléfono personal: llamadme cuando salgáis de la ecografía. Y la receta de los corticoides para madurar los pulmones: hay una farmacia aquí mismo a la vuelta. Vente de nuevo y te pongo la inyección. 

- Entonces, ¿no hay nada que hacer? 

- No, chicos, la situación solo puede ir a peor, una preeclampsia solo evoluciona a peor. Tenéis dos días para prepararos para recibir a vuestro bebé, para prepararos para un prematuro. El miércoles intentaremos un parto vaginal, pero es muy probable que acabemos en cesárea. Ven, súbete al potro que te hago un tacto.

Joder, no, cesárea, no. Con lo que había buscado un sitio y equipo que atendiera partos lo menos intervenidos posible...

- Tienes el cuello del útero borrado, no toca para tu semana de gestación. El bebé ya sabe que no puede estar mucho tiempo más dentro. 

- Tengo mucho miedo. Nosotros habíamos escogido este hospital precisamente por el protocolo e instalaciones de parto respetado y de pronto, nos encontramos con un prematuro en la semana 32. ¿Cómo es la UCI aquí? No lo sabemos, no sabemos lo que podemos esperar...

- Escuchad, voy a llamar para que podáis hablar con alguien de pediatría o enfermería de neonatos. Aquí tenemos casi todo el equipamiento necesario, lo único, en el caso de que se necesitara cirugía para el bebé o UCI de adultos, tendríamos que trasladaros al hospital X. Llegado el momento, si fuera necesario, os trasladaríamos a los dos juntos, madre y bebé.

Salimos de consulta. Fuimos a la farmacia más cercana a comprar la primera dosis de la inyección de corticoides para madurar los pulmones del bebé. Parejo y yo nos paramos a hablar, sentados al sol en las escaleras de piedra de entrada a un edificio. Estábamos completamente en shock. Decidimos que íbamos para adelante con la primera inyección y que buscaríamos una segunda opinión médica esa misma tarde en el hospital X (ese al que nos trasladarían en ciertos supuestos). Especialmente yo me negaba con todas mis fuerzas a asumir que el embarazo tenía que terminarse ya. Me miraba y me acariciaba la barriga, no podía ser...

Pasamos de nuevo a consulta, me puso la inyección. 

- No te olvides de llamarme cuando salgáis de la eco esta tarde. De todos modos, si hay algo urgente, me darán un toque inmediatamente. Nos vemos mañana para poner la segunda inyección. Id ahora a atención al paciente, que ya os están esperando y habláis con el personal de la UCI. 

No podía parar de llorar. Era como una pesadilla: ¿de verdad me estaba pasando eso a mí? ¿De verdad se iba a acabar mi embarazo de esta forma e iba a tener un bebé prematuro? ¿Qué problemas podía tener el bebé? Los pensamientos no eran nítidos, se amontonaban en mi cabeza de forma muy desordenada, me ponía en mil supuestos, recordaba la cantidad de veces en las que había pensado que una de las cosas que más me asustaba era que se adelantara y el bebé naciera antes de tiempo. Temía por mi salud. Por la de pollito. Quizá de esta no saliéramos las dos. 

Hablamos con dos enfermeras de la UCI. Seguí llorando durante toda la conversación. Nos dijeron que todo estaría bien, trataron de animarnos. Me dieron una cajita con muestras de cosas para el bebé. 

Lunes, 8 de enero por la tarde

Nos fuimos a casa. Comimos cualquier cosa. Teníamos que ir enseguida a hacernos la ecografía doppler para determinar el estado de la placenta y el bienestar y peso estimado de pollito. Yo estaba paralizada por el miedo, a ratos me ponía en lo peor. Necesitaba una buena noticia, una noticia normal entre tanta mierda, necesitaba hablar con pollito, llamarle por su nombre y despedirme de él por si acaso. 

- Peque, me parece tan absurdo entrar a la eco de hoy pidiendo que no nos digan el sexo de pollito con la situación que tenemos... Quiero una buena noticia hoy, quiero saber si es un niño o una niña, el parto ya no va a ser cómo habíamos imaginado en ningún caso,¿cómo lo ves? - le pregunté a parejo. 

Estuvo de acuerdo, así que cambiamos nuestro discurso en cuanto vimos al ecografista.

- Hoy venimos con muy malas noticias. Me han diagnosticado una preeclampsia severa y venimos a ver cómo se encuentra mi placenta y el bebé. Hasta ahora no habíamos querido sabido el sexo, pero hoy nos gustaría saber si es una niña o un niño, nos ayudaría en estos momentos. 

- Tranquilos, vamos a comprobarlo todo. Túmbate, descúbrete la barriga, por favor - el ecografista observaba a nuestro pollito- Aquí está. El corazón está perfecto, ¿lo oís? Aquí la cabecita, ya está colocado. Bien, su cabecita también está perfecta - revisaba todo con atención, nos iba enseñando las imágenes, los flujos de sangre, respirábamos aliviados- Vamos a ver...es una niña. 

Debí dar un pequeño salto en la camilla. Miré a parejo. Estaba perpleja. 

- No- dije muy segura- no puede ser. 

- ¿Por qué?- me preguntó la ecografista- ¿Pasa algo?

Me reía. 

- No, claro que no, no pasa nada. ¿De verdad es una niña? Llevo todo el embarazo creyendo que es un niño. Vamos, que yo lo tenía clarísimo. 

- Pues en absoluto. Es una niña, mira - la imagen no dejaba lugar al mínimo atisbo de duda.

- Es una niña - repetí por lo bajo, incrédula aún- Una niña. 

Siete meses y poco pensando que iba a ser madre de un niño, no me digas por qué. Yo lo sabía, sabía que era un niño. Yo y mi intuición femenina. 

Pollito era una niña.

El resto de la ecografía fue menos esperanzador: la sangre no estaba llegando bien, nuestra hija ya estaba pequeña para su edad gestacional, con un peso estimado de 1,500 kg y por debajo del percentil 7. La opinión del médico: volver a valorar en una semana como mucho, siempre que mi analítica lo permitiera. 

Fuimos a un VIPS (madre mía, cuánto tiempo hacía que no pisábamos uno) a beber algo, hablar de nuestra niña, de nuestros miedos, a organizar el resto de la tarde. Llamamos a mi gine para adelantarle los datos de la ecografía. Nos dio tiempo a comprar un pijama y un camisón abiertos por delante y a hacernos con una camiseta de porteo apta para hacer método canguro con prematuros antes de ir al hospital X a pedir una segunda opinión. 

El ginecólogo nos miró con cara escéptica al entrar en su consulta. Éramos su última cita del día, el reloj marcaba las ocho y diez de la tarde. Al ver los resultados de mis análisis y la eco doppler, se ajustó las gafas y se quedó en silencio. Revisó varias veces toda la documentación que habíamos llevado. 

- Su ginecóloga ha estado muy acertada en el diagnóstico - me miraba muy serio- Esto es una preeclampsia severa, y además, con un inicio de síndrome de HELLP. Debe ponerse la segunda inyección para madurar pulmones y el parto se ha de provocar lo antes posible. Es más, mi recomendación, y así lo voy a poner en el informe, es que usted debería estar ingresada. Su estado no es para estar en la calle, usted debería estar en un hospital controlada. Elija donde quiere quedar ingresada, si aquí o en el hospital en el que le han estado siguiendo el embarazo, pero quédese ingresada. Y dígame cuál es su elección.

- ¿Le importa que nos lo pensemos 10 minutos al menos?

Tardamos algo más en tomar una decisión. Hicimos una llamada para pedir consejo a un profesional. No quedaba nadie en la sala de espera. El ginecólogo salió de su consulta y se dirigió a nosotros:

- Yo he hablado con urgencias. La están esperando si finalmente decide quedarse aquí ingresada. ¿Han tomado una decisión?

Y ya no volvimos a casa. Entramos con lo puesto por la puerta de urgencias del hospital X, sabiendo que nuestra niña, nuestra muy pequeña Emilia, kilito y medio, no tardaría demasiado en ver el mundo.




jueves, 1 de marzo de 2018

Tercer trimestre: preeclampsia y game over


He vuelto. Y estas palabras tienen más sentido que nunca, porque si me sigues en alguna de mis redes sociales, sabrás que de esta podía haberla espichado. Y no. Estoy aquí, detrás del ordenador, casi dos meses después de haber publicado mi último post, ese de criar sin tribu en el que daba consejos que no me dio tiempo a aplicar y del que ahora podría hablar con conocimiento de causa.

Tengo muchas cosas que contar, una novela por escribir, mil proyectos por iniciar durante mi baja de maternidad y una criatura que reclama mucha teta desde que se aproxima su fecha de nacimiento, así que haremos lo que podamos... o más bien lo que nos permitan.

¿Qué tal si empezamos por donde lo habíamos dejado? Te recuerdo, en mi embarazo
asintómatico y antiglamur. En el comienzo del tercer trimestre, que como no podía ser de otro modo y continuando con la línea argumental de mi preñamiento, empezó sin molestia alguna, con un pollito on fire por las noches y con único síntoma especial: picor extremo por todo el cuerpo.





Era Navidad. Había ido al endocrino por eso de mi curva larga de la glucosa alterada, y me había prescrito una de esas dietas imposibles de seguir en las que tenía que pesar hasta los tomates sin piel y tomar galletas María y yogures por doquier. Un despropósito, máxime considerando que todas las mediciones del aparatito que tuvieron a bien dejarme en mi centro de salud daban perfectas. Aún así, prescindí de los turrones y de todo lo bueno que se puede comer en esas fechas tan especiales y que no está especialmente recomendado en el embarazo. Y pasó diciembre, sin pena ni gloria, con un año más en mi haber particular y muchas ganas de que llegara el 2018.

Diría que el asunto se empezó a torcer en Nochevieja. Sutilmente. Vamos, que si lo googleabas, todo era normal para el tercer trimestre: cansancio, dificultad para dormir, ahogamiento al subir cuestas, ganancia más rápida de peso, retención de líquidos. Lo único que en mí había aparecido junto y de repente, pero nada grave. Me hacía estar más quejicosa de lo normal.


Viernes, 5 de enero


Mi gine había querido verme a la vuelta de las Fiestas, aunque solo hacía 3 semanas que habíamos tenido una revisión seria con eco detallada incluída, por eso de seguir de cerca la diabetes gestacional y comprobar que no se me hubiera ido la mano con los excesos navideños. El día 5 de enero por la mañana (muy por la mañana, que siempre cogíamos cita a las 7:30 h para interferir lo menos posible con nuestros trabajos) entraba en consulta con los pies y las piernas como morcillas y ganas de soltarle mi rollo a la gine:

- Hola, me voy a desahogar contigo, que no me aguanto ni yo - y le conté lo que me pasaba.

Me sonrió, me dijo unas palabras amables y me tomó la tensión como de costumbre. Ahí le cambió la cara.

- Vamos a hacer una eco.

Cuando ya me había subido al potro: "madre mía, cómo tienes las piernas" y "uy, esto tiene mala pinta: el bebé tiene el diámetro abdominal pequeño. Necesito que te hagas urgente un análisis de sangre, déjalo hecho hoy, y recoje 24h de orina que quiero que me traigas el lunes y las dejes en el laboratorio. Vamos a pedir también una eco doppler, ya llamo yo mejor a la clínica que me darán cita urgente. Cuanto antes, mejor. Vamos a volver a medir la tensión, no vaya a ser que fuera algo puntual".

Parejo y yo nos mirábamos y la mirábamos a ella sin entender muy bien. Ni siquiera acertamos a preguntar cuánto de pequeño era exactamente el diámetro abdominal ni cuánto de disparada estaba la tensión.

- ¿Tenemos que preocuparnos? ¿Pasa algo grave?

- Tienes la tensión alta y el bebé no está creciendo como debiera. Tenemos que descartar preeclampsia.

- ¿Pre... qué?

- Preeclampsia. No quiero adelantaros información, ni que os preocupéis innecesariamente. Vemos el lunes con los análisis de sangre y de orina y la eco doppler. De todos modos, te vas a tomar esto para la tensión (recetita al canto) y quiero que desde hoy te la midas todos los días, si la baja te sube de 95 vente a urgencias. Pésate también todos los días a primera hora de la mañana, desnuda, después de hacer pis y lo apuntas. No hagas grandes esfuerzos, tómate el fin de semana tranquilo. El lunes ya vemos. Pero vamos, en caso de que sea preeclampsia, iros haciendo a la idea de que lo más probable es que haya que inducir y no lleguemos a la semana 37.

Salimos de la consulta. Preocupadillos. Fuimos directamente a hacer los análisis de sangre, donde tuve un momento muy fuerte al encontrarme con
Mamá Jones en la sala de espera (heavy que no veas). Y parejo se fue al curro y yo me quedé en casa, haciendo lo que nunca se debe hacer en estos casos, que es buscar locamente en google, y llamando por teléfono acojonada y llorando a una buena amiga, porque no quería que cuando parejo volviera del trabajo me encontrase en semejante estado catatónico y yo necesitaba soltar por donde fuera, después de haber leído una y mil veces los siguientes enlaces sobre preeclampsia (selecciono los que me aportaron información más relevante):


Parejo me escribió a media mañana: "todo va a ir bien, no te preocupes. Haremos frente a lo que venga". Y ese fue nuestro mantra durante todo el fin de semana, el fin de semana de Reyes. Todo va a ir bien. Acabamos de cumplir la semana 32. Entre que tenemos los resultados y se ve qué ocurre, nos plantamos en la 33. Muy mal se nos tiene que dar para no llegar a la 36. Vamos a mantener la calma.

Pasamos el fin de semana jugando al Carcassonne, lavando y clasificando la ropita de bebé que habíamos comprado, y haciendo pedidos de pañales y otras cosillas de farmacia que no teníamos. En realidad, no teníamos de nada, y a pesar de que parecía que había opciones de que el tema se adelantara, contábamos con disponer de unas semanas más y poder organizarnos.

Lunes, 8 de enero por la mañana

Mi tensión no bajaba con la medicación. Me pesé todas las mañanas como me dijo la gine y la báscula sumó 800 g en tres días. Casi no podía andar de la hinchazón en los pies, me pesaban los párpados. Recogí orina durante 24h, nos encontramos con los vecinos a primera hora de la mañana del lunes cuando salíamos al médico y parejo decidió cogerse el día libre a pesar de que le insistí mil veces que no era necesario, que total, solamente iba a dejar la orina en el laboratorio y a enseñar mis apuntes de tensión y peso.


Mi gine estaba atendiendo un parto, era una mañana ajetreada. Nos coló rápido.


- Déjame ver esas tensiones y pesos - miró mi cuaderno cuqui, torció el semblante- Esto tiene muy mala pinta. ¿Para cuándo te han dicho que están los resultados de orina y sangre?

- El miércoles- contesté- Orina el miércoles y sangre el jueves, por lo visto faltan algunos valores que tardan algo más.


- No podemos esperar tanto. La doppler era esta tarde, ¿verdad? Voy a dar un toque al laboratorio para que se den prisa. Iros a casa que os llamo en cuanto sepa para cuándo están los resultados. Ya os digo que seguramente tenemos que ir pensando en terminar esto.


A parejo, que es de naturaleza optimista, no le gustó nada la última frase. Yo no le di tanta importancia: "tenemos que ir pensando en terminar esto, sí, pero bueno, no ahora".

A las 9h estábamos otra vez en casa, sentados en el sofá abrazados, hablando de nuestros temores. Poco más tarde de las 10h sonó el teléfono: era mi gine. Terminé la conversación llorando.


- De acuerdo, ahora mismo vamos para allá otra vez. Muchas gracias - colgué.


Parejo me miraba.


- ¿Qué te ha dicho?- preguntó. Yo siempre oigo en sus conversaciones al interlocutor que está al otro lado de la línea, él no había escuchado nada.


Le miré, le cogí la mano, no sé, no me acuerdo.


- Está todo mal... ya están los resultados, los han hecho con urgencia, y está todo mal. No terminamos la semana, peque. Hay que madurarle los pulmones al pollito ya, tenemos que volver para poner la primera inyección. No hay tiempo. Están fallando mis riñones y mi hígado.


Nebulosa. A partir de aquí, vida en off. Salimos de casa corriendo, tomamos un taxi, recuerdo que llamé a mi jefe: "liver failure... kidney failure...I will not make it for the handover meeting... I'll be disconnected from today".


Dedos entrelazados. Yo no paraba de llorar, pero es que yo lloro por casi todo. Parejo no, parejo por casi nada. Y de pronto le miré, y le vi llorando. Y eso impresiona.

Ahí es cuando supe que la cosa iba muy en serio. Empezaba el lunes más largo de nuestra vida.


Siempre bromeé con que yo no podía estar teniendo tanta suerte, que con lo ceniza que soy, yo no podía haberme preñado en el primer tratamiento y estar teniendo un embarazo tan bueno. Que el karma me lo iba a pagar con un parto horrible.


Pero nunca imaginé que el karma llegara a ser tan, tan cabrón.




(Continuará...)