lunes, 23 de mayo de 2016

No sin mis oros, antes muerta que sencilla

Me suena que alguna vez os he contado ya que viajo un cojón de pato por trabajo.

La gente suele pensar y hasta decir: "oh, qué guay, qué hipster, qué global todo, cómo mola tu rollo, eres la más mejor, me encantaría viajar por el world y encima topagao' como tú". Ains, pobres, yo también lo creía así y me engañaron, por lo que me veo en la tesitura de advertir a la chavalada: chatos, viajar por curro es una caca de la vaca que consiste básicamente en conocer todos los aeropuertos del maldito world con sus mismas tiendas duty free en las que tu mierdasueldo solo alcanza para mirar escaparates, y hacer jornadas maratonianas en hoteles impersonales donde te da igual estar en Kuala Lumpur o en el chiquipueblo, total, no ves la luz del día. 



Muy global como se puede intuir. Un poco asco además.

Y, por supuesto, no olvidemos la parte de pernoctar y echar de menos la almohada y los abrazos del parejo. No, que no estoy para nada positiva, siento que me están robando un valioso tiempo de vida.

En los hoteles soy bastante desorganizada. Esto lo he comentado mucho y hasta en una ocasión leí un artículo, parece ser que es un hecho común, que en casa ajena digamos que nos puede el desmadre. Casi nunca deshago la maleta, total, para uno o dos días, y desperdigo mis pertenencias por toda la habitación: los zapatos por aquí, el bolso abierto por allá, el cargador del móvil en una mesilla, el móvil en la otra, las gafas sobre el escritorio, el neceser donde caiga...muy locamente, marcando territorio, que se sepa que ese es mi espacio por unas horas.

Otra de mis manías es quitarme todos los complementos cuando estoy en la habitación, lo hago también en cuanto cruzo la puerta de casa: fuera reloj, pendientes, anillos, collares, pañuelos...me pesan de repente, en mis dominios agradezco la desnudez. Y los pijamas del comando antimorbo. 

Ahora que os he puesto en situación con mis parafilias y secretitos confesables, os podéis imaginar la estampa en la que estaba yo plácidamente durmiendo en una fría capital centroeuropea (habitación de hotel hecha unos zorros y bien calentita yo, tapada hasta las cejas y enfundada en mi pijama de borreguito) cuando a eso de las cuatro de la madrugada oigo a los lejos un "tiruriru, tiruriru" con toda la pinta de ser una alarma de incendios.



Pues no habré escuchado yo veces lo que hay que hacer en caso de incendio en un hotel. Ja. ¿No dicen que hay que salir de la habitación con lo puesto, lo más rapido posible? Pues yo a lo mío, siguiendo el orden natural de las cosas.

Lo primero, abrir la puerta de la habitación y salir incrédula al pasillo a comprobar que efectivamente es una alarma de incendios del hotel. Varias veces, en bucle: abro puerta, cierro puerta, abro puerta, cierro puerta...empanamiento a las cuatro de la mañana. Efectiviwonder, es una alarma de incendios, chatunga.

Lo segundo, pensamiento estratégico: "joder, joder, estoy con el pijama de borreguito blanco/gris de lavarlo con la ropa de color. Mmmm...mmmmm...no llevo sujetador, se me transparenta un poco el tetamen. ¿De verdad tengo que salir a la calle en plan comando antimorbo? Mmmm, espera, mejor llamo a recepción antes de hacer una estupidez y compruebo que es una alarma de incendios".

Teléfono, recepcion... ¿no suele ser el nueve? ¿Por qué no da señal el puñetero? A ver, que busco las instrucciones. Leñe, qué difícil sin gafas encontrar nada. Ah, aquí, que hay que marcar el 0 delante. A ver, 0 y 9, por fin, da señal. Mierda, no cogen. Pues va a ser un incencio, sí. Igual está ardiendo la planta baja. 

A todo esto, mientras, "tiruriru, tiruriru", la alarma incesante.

Tercer paso, me asomo otra vez al pasillo estilo vieja del visillo a comprobar que no estoy loca y la peña esta evacuando. Evacuar sola me da pereza. Mejor hacer el ridículo todos juntitos. Al otro lado del pasillo, una compi de curro bastante más avispada que yo, menos mal: 'shhhh, Lajis, que tenemos salir por patas ya, venga, a la salida de emergencia".

Y le pido un momentín. Con todo mi papo.

"Anda, chata, déjame un momentín, que tengo que coger unas cosillas".

Cierro la puerta de la habitación temblando, y pienso rápidamente y con una lucidez que asusta: "voy a pillar un abrigo para disimular las transparencias del pijama y voy a salvar alguna de mis pertenencias, si esto arde todo yo quiero tener conmigo mis anillos de casamiento".

Los anillos de casamiento, los oros, como las urracas.



Ponte a buscar los anillos de casamiento a esas horas, sin gafas, entre el desastre de la habitación y con la presión del "tiruriru, tiruriru" de las narices. Vamos, que te da un jari hasta que los tanteas en la penumbra y te los pones, el de pedida en la derecha y el de matrimonio en la izquierda, con el nombre del parejo en los dos mirando hacia dentro, como siempre los llevas.

Ele, ya estás preparada para lo que pueda ocurrir, con tu pijama antimorbo, las zapatillas de deporte, el abrigo bueno y los oros. Divina, como tú eres. Lista para desalojar.

Tu compi está flipando pepinillos en la puerta de tu habitación. "¡Vamos, vamos!". Es ella quien te guía por la salida de emergencia, que tú no riges. 

La recepción está a rebosar, hay de todo: desde el que sí ha hecho caso a las recomendaciones de seguridad y ha bajado en calzoncillos, hasta el que le ha dado tiempo a ponerse la gomina y vestirse para salir de fiestuqui. En lo que tú buscabas los anillos. Inquietante. 

Afortunadamente, el incendio está localizado y no es nada grave, un transformador eléctrico en la quinta planta del edificio, no ha afectado a otras estancias. En una hora está resuelto, despliegue de medios, bomberos, policía, el de recepción de un lado a otro, corriendo como las locas, como para coger el teléfono está el chaval. Menudo marrón de turno le ha caído.

Todo queda en la anécdota de una noche movida. Tardaré media hora mas que el resto de huéspedes en subir a mis aposentos, por eso de que no he cogido tampoco la tarjeta que abre la habitación y tendrán que hacerme un duplicado. Por suerte, suelo ser de sueño fácil.

Moraleja: en caso de emergencia, no se me ocurre a mí pensar en objetos tales como monedero con dinero, pasaporte, móvil, gafas, llaves de la habitación. No, con lo racional que soy, me puede el lado sentimental y pienso en lo único que si se quemara realmente me daría un disgusto, por ser irremplazable. No sin mis joyas.

Moraleja 2: el tiempo que tardé en reaccionar y rescatar los anillos, podrían haber sido unos minutos valiosos para salvar la vida si la cosa hubiera sido fea de verdad. Ole yo, que podría haber muerto calcinada, ahora bien, con los oros puestos.

martes, 10 de mayo de 2016

Mi primera lista VIP

Alguna vez me tenía que pasar. Les pasa a todas las blogueras con glamur

Que un día te levantas con estos pelos y en tu bandeja de entrada tienes un email en el que te piden tu nombre para invitarte a una fiesta VIP (léase biaipi).





Y te toca salir del anonimato, no les vale que digas que eres La Hipster o Lajis. Quieren hasta el apellido.

En el chiquipueblo estas cosas no me ocurrían. En el chiquipueblo no hay fiestas biaipi.

Pero en Madrid, en la granciudad, es otro tema. A diario hay eventos de esos en los que te invitan a gintonics del bueno, con camareros guapos y chicas monas, en localizaciones increíbles, como efectivamente y festivamente fue el caso de la reinauguración del NH Nacional. 

Para los que seáis como yo chiquipueblerinos y no sepáis de qué hotel os estoy hablando, quizá esta imagen del esquinazo de la calle Atocha con el Paseo del Prado os diga suficiente. 




No os voy a engañar, no sabía que este fue el tercer hotel en abrir sus puertas en Madrid, en 1925, cuando todavía circulaban tranvías por las calles y los cercanos Ritz y Palace ya alojaban desde hacía algunos años a los viajeros pudientes.




Tampoco tenía idea de que había cerrado en un par de ocasiones y aunque habré pasado por delante decenas de veces en los últimos meses, no había reparado en el uso del edificio. 

Aparecí por la fiesta sobre las ocho de la tarde con mi nombre como contraseña. Pude disfrutar de un cóctel de escándalo, música en directo, barra de gintonics y buena compañía. Risas, muchas risas, y la suerte de estar en un lugar tan privilegiado, con vistas, en pleno centro, como a mí me gusta. 

Es un poco mierder que por trabajo no me aloje nunca en Madrid, y por ocio me sabe mal gastarme los euros en pasar una noche de hotel tan cerca de casa, porque desde luego me parece una opción más que recomendable: localización excelente, bien comunicado, a escasos metros de la estación de Atocha, edificio representativo, instalaciones renovadas y cocina de calidad. 

Cuando sea rica y famosa, de mayor, pienso hacer dos cosas: ir a saraos de lunes a domingo y alojarme en los hoteles míticos de mi barrio, así, para probar y dar una opinión fundamentada. 

Va a ser lo más.