lunes, 23 de marzo de 2015

Mi vida en las afueras

Me mudé al chiquipueblo hace algo más de tres años, muy ilusionada por la casa grande que podíamos alquilar, con dos terrazas enormes. Me visualizaba en un entorno bucólico, rodeada de churumbeles rubios de pelos largos y rizados criándose a lo salvaje, con mi huerto ecológico y mi vida alternativa neorural. ¡Qué guay todo!


Me equivoqué radicalmente. Cosas de la vida, que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, porque puede hacerse realidad o no, y a saber qué es peor.

Mira que yo siempre he sido de las afueras, y de las afueras de las afueras, vamos, que he crecido en un entorno en el que había un autobús por la mañana y otro por la tarde a la gran ciudad (literal). Sí, es cierto, nací en la gran ciudad (¡oh, sacrilegio!) medio por accidente, en un hospital de esos mastodónticos en un barrio obrero superpoblado y viví hasta los tres años en una de las llamadas ciudades dormitorio con trenes y todo cuando el Metrosur ni existía ni se le esperaba, pero la verdad es que de aquella época el único recuerdo que guardo es el de la noche que dormí en el sofá de la vecina del piso de arriba arropada por cientos de peluches la noche en que nació mi hermano, él ya sí en las afueras, como era de suponer en mi familia. 

En seguida nos mudamos los cuatro, mis padres, mi recién estrenado hermano y yo, al primer chiquipueblo de mi historia, ese de un autobús por la mañana y otro por la tarde (literal). Chalet adosado, piscina comunitaria, parque al lado de casa y garaje y trastero, el pack completo. La gran ciudad, ni tocar: veranos en el pueblo tan a las afueras que es hasta otra Comunidad Autonóma y ni Cortilandia ni leches por Navidad, que está la gran ciudad a reventar, qué agobio de gente, por Dios, y como en las afueras en ningún sitio, oye. 

En la adolescencia tardía y primera adultez (es que yo era muy adulta con 18 años, no como los chavales de ahora, que se está echando a perder la juventud, gensanta), me fui del primer chiquipueblo a vivir a otra ciudad dormitorio, distinta de la mi infancia temprana, separada únicamente, ahora sí, por un par de paradas de Metrosur. Esa época fue la releche, en serio: ¡había gente por la calle y comercio y actividades para jóvenes y conciertos y ruido por las noches y nos intentaron robar el coche un par de veces y tal! ¡Alucinante!

Que digo yo, a ver, ¿por qué llaman a esas ciudades "ciudades dormitorio"? Que para ciudad dormitorio, el chiquipueblo ese primero, que o ibas al banco del parque a comerte unas pipas con los colegas, o te morías del aburrimiento tumbada en tu habitación escuchando los gritos de Kurt Cobain y pensando en tu miserias, no me jorobes, que en los chiquipueblos (a.k.a áreas residenciales) sí que sí la gente va básicamente a dormir, porque no se puede hacer otra cosa. Después de mucho pensar, llego a la conclusión de que la distinción de ciudades dormitorio se hace por la pasta de sus habitantes, no nos engañemos.

Bueno, a lo que iba: a mí habitar cerca del Metrosur me moló bastante. Por aquel entonces, mi vida era lo que viene siendo una puta mierda, pero no por el lugar, eso está claro. Una cosa que me hacía mucha gracia era cuando venían a vernos los colegas del chiquipueblo, que estaban como "asustaos" y nos pedían que les acompañáramos al coche si se marchaban tarde de nuestra casa. Con la perspectiva que me han dado los años, yo creo que era el tema de la falta de piscinas y el ver negros por la calle y eso.

Entonces pasó lo que tenía que pasar tarde o temprano: que la burbuja inmobiliaria nos tocó de lleno, y el parejo y yo empezábamos a tener ganas de intimidad y quisimos alquilar para nosotros dos solos (¡qué cosas tienen el amor!), y en la ciudad dormitorio de clase baja no había forma con nuestros mierdasueldos y decidimos movernos a las afueras de las afueras, a un pueblo sin Metrosur ni nada, pero donde por un módico precio alquilábamos un apartamento y nos comíamos atascos kilométricos para ir a la gran ciudad a estudiar y trabajar. Todo muy idílico. 

Este pueblo al que nos fuimos molaba también. He de reconocer que al final tanto comercio y tantas actividades de la ciudad dormitorio, pues cansaban, porque cuando no tienes ni un chavo te la pela bastante el comercio y las actividades. Total, que este era un pueblo de los de verdad, ni área residencial ni vainas, sino que albergaba la sede de los juzgados de la comarca, había bodegas y agricultores y las señoras se vestían de domingo. 

¿Por qué nos fuimos de allí pues? ¿Qué nos trajo al chiquipueblo actual, al chiquipueblo con mayúsculas, a este segundo chiquipueblo de mi vida? Resulta que por un lado yo me hice bastante ermitaña, hasta el pueblo se me hacía grande, soñaba con los cinco churumbeles que daría mi matrimonio y el huerto para plantar calabazas. Me apetecía vivir más aislada, centrada en mí misma con mi mismedad. Eso, en el plano trascendental. En el plano terrenal, pasó que explotó la burbuja inmobiliaria y los alquileres bajaron una barbaridad, que cambié de trabajo y empecé a ganar más euros, y comparamos los precios inmobiliarios de la zona y decidimos mudarnos otra vez, cambiar el pueblo por un chiquipueblo, un chiquipueblo con caché (a.k.a. área residencial, que es lo más de lo más, la aspiración de todo hijo de vecino), y volver a las piscinas y chalets adosados de nuestra infancia. 

Dicho y hecho, que para estas cosas el parejo y yo somos la ostia de rápidos. Casoplón al canto en el chiquipueblo, dos terrazas, macetohuerto, unas facturas de calefacción para cagarse pata abajo y muchas expectativas con nuestro nuevo proyecto en este el chiquipueblo definitivo. 

Ilusos.



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