jueves, 28 de septiembre de 2017

Como escapista no tengo rival

A un tris de plantarme en la mitad del preñamiento, tan pichi, señores, como si tal cosa, con un hambre voraz y poco más que reportar en los últimos tiempos, me ha dado por repasar la lista de cosas que escribí con mis intenciones para cuando este día llegara en mi vida.




Nota del autor: esta lista fue escrita con total inocencia, apenas un par de semanas antes del diagnóstico de infertilidad, cuando creía yo que quizá estaba un poco pallá y lo nuestro sería cosa de meses. Ay, alma de cántaro.


Pues nada, que de la lista la mitad de las cosas no las he hecho ni las pienso hacer. Parejo se enteró de que sería prepadre cuando volvía de sus clases de esgrima todo sudado y nos descargamos juntos el resultado de la beta del portal del paciente (romanticismo extremo, como pueden ver), no me he leído el libro tan chuli que debe estar en el altillo en alguna caja de plástico del Ikea bien protegido del polvo y tampoco ningún libro de preñamiento porque el famosísimo "What to expect when you are expecting" me aburre soberanamente y me puso de una mala leche supina con sus afirmaciones estúpidas sobre relajarse para preñarse (amos, no me j...). A yoga resulta que ya iba de antes (normal, con los disgustos de hace un par de años era eso o chutarme trankimazines y, aunque no lo parezca, no soy nada dada a las drogas duras), lo de hacerme un álbum de fotos preñatis me da hasta pavor y las camisetas de rayas que tenía las jubilé y me da pereza ir de compras.


Así que solo estoy rindiendo en dos puntos: el escapismo y descojonarme viva. Como este sea siga siendo mi grado de cumplimiento del plan cuando nazca "el pollo" (sí, solo viene uno, nos hubiera encantado que fueran mellizos, cosas de la locura infértil, pero no pudo ser; no, no sabemos el sexo y le llamamos "el pollo" porque nos ha salido así la gracia y lo de polla nos suena un poco peor), la vamos a liar pardísima.


Lo de descojonarme viva es porque estoy más tranquila que nunca y claro, me río por todo y todo el tiempo. Lo del escapismo, pues no sé de dónde viene, ni pajolera idea: yo pensaba que después de tres años y medio esperando iba a estar deseosa y flipada de contárselo a todo el mundo y "presumir" y oye, pues no. No me apetece una mierder hablar de preñamiento ni niños ni bebés (la palabra bebé es que me pone medio nerviosa) con casi nadie y no porque no esté feliz, contenta, agradecida y flipando con la suerte que hemos tenido, sino a lo mejor por todo eso, porque lo siento muy íntimo, un espacio muy nuestro, de parejo y mío, y porque he aprendido que nunca jamás sabes la fibra que tocas a tu alrededor con el tema del preñamiento y que más vale ser prudente que pecar de cansina de las pelotas.


Y, en otro orden de cosas más normales, porque la gente es agorera que te cagas a más no poder y cuando me salen con chorradas y preocupaciones que yo veo completamente absurdas, como que si puedo o no comer jamón o que si he pensado en que no podremos ir al cine los miércoles, me dan ganas de contestarles que me la chufla todo y que no solo lo he pensado, sino que durante más de dos años, por eso de que el primer año y medio aún albergas esperanza, lo que pensaba es que nosotros nunca podríamos ser padres y que si lo éramos algún día sería después de un desgaste importante en salud y dinero y amor. Chúpate esa, a ver cómo me comparas situaciones. Me callo la mayoría de las veces, pero sí, para una infértil, comunicar el preñamiento suele ir acompañado de hablar de infertilidad.


Que si ha sido buscado, me preguntan. Me troncho.


Siempre pensé que lo diría tarde, pero no imaginé que tanta gente y tan inesperada lo sabría tan pronto. Los amigos que nos cubrían para una escapada molonga de camping justo después de la beta (por si todo iba mal, le habíamos pedido a unos amigos que organizáramos un buen plan para no pasarnos un finde llorando y despejarnos), fueron los primeros en saberlo. Como a las 11 de la noche no habían tenido noticias nuestras, me escribieron preocupados por si queríamos cancelar y mandarlo todo a hacer puñetas. A los dos días llamé a una buena amiga que me acompañó en todo el proceso y que está batallando por lo suyo (gracias, si me lees, te quiero mucho, nenis). Al lunes siguiente tuve que decírselo a la dentista y el viernes, a la profe de yoga, porque mis ovarios estaban aún que daban penica después de la estimulación. Luego, en el trabajo, a los que preguntaron: no se puede ser muy discreta en el curro con los tratamientos, controles día sí día no, permisos para la punción...y a dos amigos del alma en una piscina en un arranque de sinceridad.


Hasta la semana 12-13 no lo supo la familia muy cercana: suegra, hermanos. El resto de hecho aún no lo sabe, creo. Desde ahí, con quien nos hemos ido encontrando... pero tampoco nos apetece forzar las quedadas ni los mensajes o llamadas de "os tenemos que dar una noticia".


Por cierto, pienso en estar rodeada de preñadas y me sigue "asustando", veo las fotos de los catálogos y revistas (que no me compro ni de chiripa yo, pero la matrona me regaló algunas) de mujeres embarazadas con cara de "oh, me encanta mi estado, estoy tan divina" y me da la risa floja, y no tengo ganas de escuchar consejos, ni experiencias, ni vaticinios, ni de que las conversaciones giren en torno a mi preñamiento o ajenos, o bebés, o niños. Me agobio, ya está, ele. Del pollo me apetece hablar conmigo misma y con parejo, debo de ser muy tímida.


Retiro lo dicho: pásenme drogas de las duras, que ni el yoga cura lo mío.









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