martes, 9 de junio de 2015

Si lo sé, no me hago hipster

Josmíos, hay que ver lo duro que es esto del hipsterío. De haber sabido la que se me venía encima, me habría hecho otra cosa, no sé, domadora de cocodrilos, cantaora de flamenquito o tocóloga. Que las moderneces y el postureo me traen loca.




Tras la friolera de 3 días viviendo en la gran ciudad (tiempo más que suficiente para sentar cátedra, en esta vida hay que ser valiente), puedo asegurar que mola. Para los que somos de extrarradio, de las afueras de las afueras, atora un poco tanto estímulo. Ostras, que el otro día salí a enviar un fax y me tiré una hora y media fuera de casa porque vi un mueble súuuuuper práctico de los años 60 para guardar botellas de alcohol y cristalería (ya se sabe, prioridad absoluta tras una mudanza, digamos que necesidad básica) cuyo precio estaba totalmente fuera de mi presupuesto y me puse a hablar con la dueña del local antes de irme a desayunar a El Azul de Fúcar, que se ve que nadie madruga en el centro de la gran ciudad, por eso de que sirven desayunos hasta las 13:00h. Con la de cajas que tengo que desembalar.


Pero salir del hipsterío de extrarradio y llegar a los paseos improductivos me va a costar una semana sin agua caliente (maldigo las compañías de gas y los festivos locales), sin cocina (maldigo mis gustos nada corrientes en estos lares, sólo a mí se me ocurre pedir una encimera de madera y esperar que llegue a tiempo), unas vacaciones destinadas a atender a los "profesionales" de la obra de El Escorial que por h o por b no han terminado su trabajo a tiempo (maldigo el gremio de la construcción cienes de veces) y un ataque de nervios inminente, sin saber cuál es el centro de salud que me corresponde. Menos mal que aquí las ambulancias llegan pronto, que de esta en el chiquipueblo me habría largado al otro barrio.

Eso sí, como buena hipster, tengo internet en casa desde el día uno. Tiene bemoles que los más serios en este asunto hayan sido la empresa de telecomunicaciones.

Ahora que esto de la falta de agua caliente me está poniendo la piel tersísima, he rejuvenecido lo menos 10 años, y en la veintena preñarse está tirao, señores, y la ausencia de cocina me ha proporcionado la excusa perfecta para conocer los baretos del lugar y fundirme los euros que tan bien me vendrían para comprar un sofá en algún momento de mi vida.

A los "profesionales" de la obra y el inminente ataque de nervios, en cambio, no le acabo de pillar el tranquillo, fíjense.

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