martes, 19 de mayo de 2015

La falacia del preñamiento

Cuando estoy de bajonazo, me da por recordar mi actitud los primeros meses en los que el parejo y yo buscábamos la llegada de hipstercitos, y me troncho, señores.

Resulta que por lo que sé, en mi familia eso de buscar preñamiento no se estila. Me explico: una de mis abuelas se tiró dos décadas pariendo churumbeles a intervalo regular entre uno y otro, cosas de la postguerra, que fue muy puñetera. La otra, se casó de penalti con 19 años; imagino que en aquellos tiempos, mediados de los 50, fresca fue lo más bonito que tuvo que escuchar. 

Para continuar con la tradición, mi madre también se caso de penalti, embarazada de mí, aunque tarde para lo que se llevaba en los 80. Mi hermano pequeño tampoco fue planeado, sino fruto de la marcha atrás (se ve que no aprendieron).

Vamos, que yo me crié con la idea de que el preñamiento era lo más sencillo del mundo: al mínimo despiste, ¡zasca!, chiquillería al canto. Me he tirado más de una década haciendo un uso extra-responsable de los medios anticonceptivos: píldora en algunas épocas, condón en la mayoría (las hormonas me sienta fatal), y con un cuidado extremo a que al parejo se le ocurriera meter la puntita sin capuchón, menudo acojone. Si hasta una vez, en la veintena temprana, llegué a tomarme la píldora del día después porque se quedó el preservativo dentro aunque el parejo ni había eyaculado ni nada. Pero antes de llover, chispea, y mira lo que le pasó a mi madre no una, sino dos veces. ¡Ja!



Normal, es que embarazarte cuando no quieres, tiene que ser muy chungo. Lo que jamás se me había pasado a mí por la cabeza es lo chunguísimo que es no conseguirlo cuando quieres. 

Con este historial familiar, con toda mi ingenuidad, pensaba yo que esto del preñamiento sería coser y cantar. Aunque quería ser mamá, y vivía con el parejo, me permití el lujo de irlo retrasando para solucionar ciertos temas internos de calado, para convertirme en la persona que quería ser antes de dar vida a otro ser (¡toma jeroma, modo sobrada total!). ¿Quién me iba a decir que cuando me pusiera verdaderamente al tema iba a ver pasar los meses por delante de mis narices, así: uno, dos, tres, cuatro..., y nada de nada? Joder, que me podría haber dado tiempo de arreglar lo que tenía que arreglar sin problema ninguno y sin fundirme parte del mierdasueldo en condones. 

Me siento estafada por el lobby de los anticonceptivos y por las generaciones precedentes de mi familia. Que sí, que yo soy muy leída y estaba advertida de que a veces el preñamiento tarda en llegar, pero no entraba en mis cálculos, nunca creí que los que fuéramos a estar en esta situación seríamos el parejo y yo. 

Claro, con esta premisa, en el momento en que decidimos dejar de contribuir al sueldo de los empleados de Durex, yo me hacía mis cábalas de que entre los tres y los seis meses de folleteo en los días medios del ciclo (que para colmo soy la ostia de regular), tendríamos la gran noticia. Incluso internamente me hacía ilusiones de que podría ser antes, ¿por qué no íbamos a acertar a la primera, como nuestros amiguísimos los perfectos?

La ilusión era máxima los primeros meses. Estábamos planeando las vacaciones de verano, y hasta me mosqueaba con el parejo porque no tenía en cuenta que para esas fechas podía estar yo incubando una criatura y no tener el cuerpo para viajes multiaventura. Me sorprendía calculando las fechas que más convenían a mi baja maternal y los posibles periodos de excedencia: "qué guay, si me preño este mes, pariría en marzo, 4 meses de baja y el mes de agosto el parejo de vacas que nos vendrá genial para apañarnos con el hipstercito". Visualizaba el instante en que informaría al parejo del test positivo, recreándome en los detalles: "de puta madre, este mes la regla me tocaría cerca de su cumple, menudo regalazo le va a caer".

Lo que digo, señores, ingenuidad extrema. 

Así las cosas, cuanto mayor la ilusión, mayor el ostión al aparecer la regla, puntual la japuta como de costumbre. Se me quedaba una cara de panoli que no veas. 


Y poco a poco, un mes, otro, otro, te vas amargando por dentro, que no hay hipster que aguante la montaña rusa en la que se ha convertido tu vida. Es el maldito Dragon Khan y sin darte cuenta, te has sacado el pase anual. Entonces, optas por ilusionarte menos, por dejar de hablar de un futuro que ni hace intento de asomar, por mantener el tipo cada vez que te sacan el tema o en tu círculo otra pareja (¿otraaaaaaaaaaaa más? joder, todos a la vez, noooooooooo) anuncia su preñamiento. Ni Rexona ni leches, a ti lo que no te abandona ni de coña es la cara de circunstancias. Empiezas a barajar que a lo mejor el rollo de la maternidad hipster no está hecho para ti, te preguntas si merece la pena percutir en el tema o dejarlo pasar, te sientes gilipollas integral por dedicarle un espacio en tu día a día a un asunto que ya dudas que se vaya a materializar.

La verdad es que debe molar mazo ser fértil que te cagas y saber que donde pones el ojo, pones la bala, que a ti no hay preñamiento que se te resista. Si volviera a nacer, me pediría ese superpoder.






2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Hipster de extrarradio26 de mayo de 2015, 0:30

      Ains, ¡muchas gracias! La verdad es que a menudo pienso que estoy mucho peor de lo mío de lo que intuyo, porque me debato entre querer preñarme locamente y pensar por momentos que en menudo jaleo me voy a meter como finalmente me preñe... Será esta incertidumbre, que me vuelve majara, si me hubiera quedado a la primera, seguro que no me daba tiempo a debate ninguno...

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