Domingo por la mañana, sol radiante en el centro de la granciudad, hemos dejado atrás los dos primeros meses de 2017 y me he dado por revisar los propósitos del año. Desastre. Uno de ellos reza: "leer más ficción", lo que en principio es fácil porque básicamente mi vida apenas me da para leer en mis escasas vacaciones. Así que "más" podría traducirse en un miserable libro.
- Nenis, esto no puede seguir así. Lo del deporte dos días a la semana se te perdona, que eso es claramente específico y concreto, normal que te dé pereza. Ahora que lo de leer más ficción no tiene excusa, chata. Vete a la biblioteca y así de paso te das una vuelta por el Retiro, que siempre sienta bien - me recomienda con sabiduría mi conciencia.
- Vaaaaaale - le contesta fastidiada mi inconsciencia.
- Y llévate el cartón cuando salgas, ya que estás - me recuerda el parejo.
Ele, el cartón de los bolondongos. Las cajas de Amazon y de sufrutamadre, pesar, no pesan, pero y lo que odio ir haciendo equilibrios por la calle con las cajas de las narices. Que sí, que podría plegarlas en casa antes de salir, aunque no está el suelo defectuoso que nos dejaron los mamonazos de la obra como para andar pegando saltos sin control, que a mí el cartón me gusta destrozarlo a leches antes de meterlo en el contenedor de reciclaje, qué pasa, hay que descargar por algún lado.
- Oye, y tú, ¿por qué reciclas?- oigo una voz a mis espaldas.
Dejo de saltar sobre la caja sorprendida, me doy media vuelta y me encuentro a un individuo de extraño aspecto con un vaso de Starbucks en la mano. Hago como que el tema no va conmigo, doblo la caja con indiferencia y la introduzco en el hueco del contenedor.
- ¿Eres de las que recicla por convicción o una de esas tipas que solamente hace el paripé y así lavas tu conciencia pensando que estás haciendo algo por detener el calentamiento global? - insiste con fuerte acento argentino mientras le da un sorbo largo a su café y me desafía con la mirada- Yo es que trabajo en el quiosco de aquí al lado, ¿sabes?
- Ajá- salto sobre la siguiente caja, con más mala leche que la anterior.
- Entonces, ¿qué? - saca la mano que no sostiene el vaso del bolsillo de su cazadora vaquera y hace un gesto de impaciencia.
Joder, cómo está el patio. Me agacho, recojo la caja que acabo de aplastar del suelo y sigo mi ritual con parsimonia.
- Pues mira no, yo es que reciclo porque mi marido me obliga- le contesto. Hala, con un par. Me observa con incredulidad, parece que ya se va dando cuenta que estoy un poco pa' allá. Empiezo a saltar con furia sobre la última caja y me vengo muy arriba- Sí, sí, mi marido, ¿sabes? Que si por mí fuera, le iban a dar mucho por saco al reciclaje y al calentamiento global y a las pamplinas. A tomar viento, si por mí fuera, yo es que lo tiraba todo al mismo lado y punto, ni cartón, ni vidrio ni leches que te crió. Todo junto y a la mierda.
Tiro la última caja y me sacudo las manos. Me dirijo a él y levanto la barbilla en plan chulita antes de seguir calle abajo.
- ¿Ves? - le oigo gritar a mis espaldas- Si por algo digo yo que se está mejor solo.
Chatungos, mi vida en la granciudad es puro surrealismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario