Lo de la estabilidad emocional es un hecho en mi historia (hombre, estabilidad a lo mejor es demasiado optimista). Lo que quiero decir es que el parejo ha estado ahí siempre. Y también ha estado ahí siempre mi deseo de ser madre hipster, lo único que me he cuidado mucho de darle rienda suelta, y he preferido enterrarlo bien adentro hasta que estuviera segura de que se cumplían unos mínimos.
Lo de enterrar deseos es muy duro. Me he prometido que en mi nueva vida hipster no lo voy a volver a hacer, voy a vivir hedonistamente.
Total, que el año pasado, ya tenía yo por estas fechas al parejo un poco tarumba de tanto que sí que no a la maternidad, y el chico que es bastante más lanzado que yo aunque parece una mosquita muerta y las mata callando, en un arrebato de pasión desbocada (venga, vale, en un polvo rutinario de fin de semana) me dijo así al oído que pasaba de enfundar al soldadito y que nos lanzábamos a la aventura.
No cabía en mí de alegría. Qué felicidad, cuántos planes, qué emoción. Por fin. Eso sí, los dos de acuerdo en que obsesiones y gilipolleces, las justas: que los pollitos se engendren cuando se tengan que engendrar, qué eso de contar días y volverse locos, nanai. Nosotros vamos al médico de cabecera, me tomo el ácido fólico ese que no hace mal, me compro unos test de embarazo hiperbaratos en Amazon y a esperar.
Sí, sí, a esperar los cojones treintaytres. Ha pasado un año. Se dice pronto.
Venga, vale otra vez, que hay meses en que no hemos contado días (pero que tampoco es que haga mucha falta, que yo soy muy regular y me conozco) y que por el camino hemos pasado una crisis existencial de esas que te dejan hecho mierder (coincidiendo con la época en que nos pusieron un gintonic con un rodajón de pomelo de aúpa en la plaza del chiquipueblo, que es para traumatizarse) y decidimos parar la búsqueda unos meses.
Seamos generosos, excluyamos todos esos ciclos, y a mí me sale que llevamos ya unos 7 meses de búsqueda, el último ya sin obsesiones ni gilipolleces apenas: midiendo la temperatura basal a diario y con test de ovulación. Porque nosotros lo valemos.
Y aquí no pasa ni media. La indeseable sigue haciendo su aparición puntualmente, y yo ya empiezo a desesperar. En este tiempo, a muchos amigos les ha dado tiempo a embarazarse, desembarazarse desgraciadamente, volverse a embarazar, parir y hasta de mandar a los churumbeles a la universidad si te descuidas.
Y yo ahí voy, con mi lista de nombres de niña y niño en una nota de Evernote que cada vez está más abajo en la pantalla, un arsenal de test de embarazo que a este paso caducan sin haber marcado las dos rayitas y unas ilusiones que nacen y mueren en cada puñetero mes que pasa.
Muy harta estoy. Enajenada por el bebé, que se dice científicamente.
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